Es un jueves en la noche cualquiera. El cielo, un poco nublado, vaticina la caída de una lluvia moderada que podría durar algunas horas, no sin antes mostrarnos un maravilloso atardecer. De esos que se observan en los veranos de Europa, ocultando el sol a altas horas de la noche.
Llegamos a Berlín. Un vuelo de hora y media desde Estocolmo. Cualquier persona normal iría a visitar la puerta de Brandenburgo o pasear por los múltiples museos que esta ciudad ofrece. Pero a nosotros, como buenos ravers, nos importa la fiesta underground.
Qué mejor lugar para esta escena que los famosos antros de Berlín donde se escucha algo del mejor techno del mundo. Particularmente llegamos para conocer uno en específico: Berghain.
Aquél mítico lugar que es cuna de un sinfín de leyendas y mitos pero que, sobre todas las cosas, prevalece uno: será una de las mejores noches de tu vida. Y así lo fue. No hay palabras suficientes para describir el rush que se siente estar en un lugar donde todo es posible. Que hacer una fila de dos horas en medio de la lluvia es poco sacrificio para la majestuosidad de la música, o lo inverosímil de su perversión y la magia que todos los que estamos ahí dentro logramos aportar.
Mucho te dicen acerca de la vestimenta, de tu forma de actuar. Tal vez sea una ayuda que vayas de negro, pero no lo es todo. Nada sirvió más que platicar con la gente que ya había entrado. A lo largo de nuestra estadía por otras ciudades y en el mismo Berlín, fuimos encontrando gente que había tenido la fortuna de pisarlo y nos sorprendimos al escuchar más o menos lo mismo: “necesitas tener la vibra adecuada. No importa cómo vayas o con quién. Ciertamente algunas guías sirven pero lo que realmente importa es que tengas esa vibra especial”.
Al menos así se sintió. Hasta ahora no pensamos que hicimos algo diferente a los que caminaron “the walk of shame”. Tal vez no traían “esa vibra”. Nunca lo sabremos.
Lo más impresionante de Berghain es que los hechos se comen todas las palabras que hablan de él. Los DJs que van dan lo mejor de sí; son sets tan intensos y que siempre están arriba. La fiesta es larga y ellos lo saben. Tal vez eso haga que hasta Âme, que normalmente se mueve en un sonido deep technoso, haya optado por un techno mucho más rudo y atascado. O que los beats de Marcel Dettmann sean los más maravillosos y violentos que le hayamos escuchado en todas las veces que lo hemos visto. Que rarezas como DJ Nobu, Kobosil o el mismo Robert Hood excedieran las expectativas que normalmente tienen (de las más altas), demuestra que estás en un lugar donde la fiesta es perfecta.
Los besos, el sexo, los excesos. Todo es parte del lugar. Si buscas bien entre sus mil pasillos, la perversión te encontrará. Ni siquiera se puede estar seguro de lo que pasará al doblar la esquina, al entrar al baño, al ir a la pista o por una chela.
Las horas pasan volando. Es posible distinguir cuando amanece y anochece por las ventanas de Panorama Bar y porque algo de luz se deja ver en algunos rincones del lugar, pero hay que cuidar el tiempo. Lo mejor es no tener planes para los días que siguen porque el rush del momento te hace salir a las 12 del día siguiente. Con el sello puedes entrar todo ese fin de semana, las veces que quieras, entonces tal vez podrías ir a dormir un rato y regresar más tarde (si te acuerdas que existe el reloj).
Definitivamente es una de las mejores experiencias de nuestras vidas. Lástima que tomar fotos o video sea imposible (como bien sabrán, está prohibido hacerlo. Te ponen stickers en las cámaras de tu celular para que evites la tentación). Existen algunos videos pero nada que valga la pena mostrar aquí. Hagan el viaje, vayan e inténtenlo. No se arrepentirán.